Para el historiador Argentino Felix Luna “El caudillismo es un fenómeno social y político surgido durante el siglo XIX en Hispanoamérica, eran líderes de cada país, carismáticos, apoyados por las masas, que depositaban en "el caudillo" la expresión de los intereses del conjunto y la capacidad para resolver los problemas comunes.
Para este autor, surgen en América Latina, por que la elite dirigente nacional tienen propuestas irreales, extranjerizantes, que el pueblo no entiende ni comparte. Pero sabemos que no es este concepto al que aluden!
En la oposición repiten incansablemente que ellos son demócratas, sin embargo para ellos el sistema judicial venezolano, representa un equivalente de los “tribunales del Horros del régimen hitleriano” por abrirle un expediente al enriquecimiento ilícito a su amigo Rosales. Y como la desfachatez es infinita son considerados héroes a Simonovis, Forero, Vivas y el sádico del Moreno.
La democracia es el gobierno de la multitud para Platón y "de los más", para Aristóteles. Entonces, ¿para ellos los resultados electorales no significan la voluntad popular? es simple, no les importa a quien apoya el pueblo. ¿Buscar con lupa las excepciones democráticas o reconocer que son una minoría?
En la democracia moderna juega un rol decisivo la llamada "regla de la mayoría", es decir el derecho de la mayoría a que se adopte su posición cuando existen diversas propuestas.
Esta es su estrategia: “… Es crucial respaldar a los trabajadores ahora que entran en conflicto con el Estado por sus contratos colectivos y por su seguridad social., la agenda política debe estar volcada hacia lo social (NUNCA les importó el pueblo y lo reconocen abiertamente). Simultáneamente debemos defender los espacios políticos ganados gracias a la descentralización y contra el centralismo… Apoyando la conflictividad en función de los intereses del mundo del trabajo y de sus legítimas aspiraciones y reivindicaciones…”
Recibo apoyos y críticas más desinformación. Como Venezuela sufre una dictadura mediática, ocurre que a veces algunos dirigentes o medios de otros países no se toman la molestia de buscar información alternativa y se guían por lo que dicen unos medios que han sustituido a todos los efectos prácticos a los partidos tradicionales. Entonces, los medios, que por cierto no tienen obligación de rendir cuentas como los partidos políticos, han ocupado el espacio de la oposición. Pero también hay mucha curiosidad, lo que nos permite encontrar interlocución.
Desde hace muchos años, los medios emprendieron una estrategia de descalificación de los partidos políticos, con el objeto de favorecer iniciativas de los grandes señores de los medios, que respondían a sus intereses privados. De esta forma se fueron descalificando progresivamente los partidos políticos mañana, tarde y noche. Se arrinconaba a los políticos en entrevistas, se les ridiculizaba, se los descalificaba... Estoy hablando de un proceso que tomó más de 20 años pero que sin embargo es la mitad del proceso de descomposición de la calidad mediática en Venezuela. Estos señores, que soñaban con una suerte de oportunidad para establecer una especie de “gerenciocrática”, se encontraron en mitad del camino con una rebelión y una subversión de carácter militar, de profundo contenido social, que les cambió el panorama político. Porque ellos ya estaban comenzando a ocupar ese espacio que le dejaban vacío los partidos políticos, desplazados o en vías de desplazamiento en aquella época de entuertos y de acumulación de errores cometidos en el ejercicio del poder y de la oposición.
Cada vez es obvio que el tema de los medios de comunicación tiene que ver con el futuro de nuestras democracias: una dictadura mediática intenta suplantar a las dictaduras militares de pasadas décadas.
No cabe la menor duda que el espectro radioeléctrico es un patrimonio de la humanidad y los Estados son soberanos en su administración, en función del interés nacional y general. Sin duda, es falaz la idea de que las empresas son propietarias del espacio radioeléctrico, como quieren mostrar los medios comerciales de comunicación.
Los papeles se renovaron: la dirigencia opositora tradicional pasó a un tercer plano, un canal de televisión asumió la conducción política y la provocación al gobierno en busca de una respuesta que los victimizara ante la opinión pública -nacional e internacional- y el lanzamiento como protagonistas (y carne de cañón) de los estudiantes, en especial de las universidades privadas, que, paradójicamente utilizan las posibilidades de la total libertad de expresión en el país para protestar contra la supuesta falta de esos derechos.
Los derechos humanos no pueden existir sin la libertad de palabra, de prensa, de información, de expresión. La transformación de esas libertades en un derecho individual o colectivo más amplio, a comunicar, es un principio evolutivo en el proceso de democratización.
La polémica desatada dejó en claro la forma de operar de las derechas latinoamericanas, que consiste en repetir los mismos argumentos que expiden las usinas globales de los Estados Unidos y Europa.
Olvidan que la libertad de expresión tiene una larga y triste historia en este continente e incluye un amplio abanico de violaciones que incluye desde periodistas desaparecidos, asesinados y torturados hasta ese pertinaz goteo de despidos, siempre avaladas por el empresariado mediático, cómplice –salvo honrosísimas excepciones- de las genocidas dictaduras militares.
Hoy en día, la lucha por la democratización pasa por la reconstrucción del espacio público sudamericano (privatizado y vaciado durante décadas), que reúna a los medios estatales, regionales, educativos, universitarios, legislativos y comunitarios, a usuarios y productores independientes.
¿Qué es una dictadura? Una dictadura es el monopolio de un recurso en manos de una minoría y en perjuicio de la mayoría. Este recurso puede ser militar, económico, cultural o de cualquier otra naturaleza.
¿Cómo funciona la dictadura mediática? La dictadura mediática es diferente a una dictadura militar. Se habla de dictadura mediática cuando la opinión pública ha sido cooptada desde hace muchos años por el pensamiento de una minoría y cuando sus aparatos ideológicos de comunicación están en manos de esa misma minoría y en contra de los intereses de la mayoría de la población.
La dictadura mediática opera neutralizando y deslegitimando a sus adversarios políticos, chantajeando a los gobiernos de turno para que le concedan privilegios, particularmente en materia impositiva y de publicidad. Si otra fuerza política se atreve a criticar a los medios de comunicación, inmediatamente la acusan de estar en contra de la libertad de expresión. Existe verdaderamente una censura inquisitorial en contra de otros intereses que no sean los intereses de los dueños de estos medios de comunicación.
¿Quién ejerce la dictadura mediática y cuál es su proyecto político? En Nicaragua, al igual que en el resto de América Latina, la dictadura mediática la ejerce la casta oligárquica y la llamada aristocracia del saber. Desde siempre estos grupos minoritarios han defendido los intereses de la metrópolis: los valores conservadores de la España colonial, los intereses económicos del imperialismo norteamericano y la ofensiva cultural de la ultraderecha neo-colonial europea, particularmente a favor del capital extranjero.
¿Cómo podemos poner fin a una dictadura mediática? La única manera de ponerle fin a una dictadura mediática es democratizando la opinión pública, lo que se logra democratizando y multiplicando los medios de comunicación. Es una tarea muy difícil, pero no imposible. Difícil porque la opinión pública se basa en valores y creencias cultivadas durante muchos años, incluso siglos.
Hoy en día, son cada vez más las emisoras radiales, los canales de televisión y los medios escritos (revistas, semanarios y mensuarios) decididos a separarse y a desafiar a la dictadura mediática. El monopolio de la derecha mediática comienza a resquebrajarse y a ser despojado de sus privilegios habituales. Cada vez más nicaragüenses hemos perdido de nuevo el miedo y la culpa, esta vez el miedo a la difamación y al chantaje de la derecha mediática.
Otras formas de comunicación alternativas se suman a esta gran batalla, en las aulas de clase, en los pasillos de los ministerios, en las aceras de los mercados, en las tertulias, en las asambleas laborales.
La historia se repite, cuando una dictadura comienza a perder credibilidad y legitimidad, cuando pierde sus privilegios y cuando se siente acorralada, se vuelve más agresiva y venenosa, desenmascara sus verdaderos intereses, abandona la compostura habitual y sus errores se multiplican. Todo esto le está pasando a la dictadura mediática y a sus aparatos ideológicos.
El capital privado tiende a quedarse concentrado en algunas manos en parte por motivo de compe-tencia entre los capitalistas y en parte porque el desarrollo tecnológico y la división de trabajo, en aumento, estimula la formación de unidades más grandes de producción a costa de las más pequeñas. El resultado de este desarrollo es una oligarquía de capital privado cuyo poder enorme no puede ser efectivamente controlado aún por una sociedad política, democráticamente organizada. (...) Sobre todo, en las condiciones existentes, los capitalistas controlan inevitablemente, directa o indirectamente, las fuentes principales de información (prensa, ra-dio, educación). Es así extremadamente difícil, y en verdad en la mayoría de los casos imposible, para el ciudadano individual sacar conclusiones objetivas y hacer uso inteligente de sus derechos políticos.
Los dueños de la información
De acuerdo con las concepciones imperantes en los EE UU, no supone un daño a la democracia el que un pequeño grupo de corporaciones controle el sistema de información: de hecho, eso es la esencia de la democracia.
Noam Chomsky
, “La oligarquía, esencia de la democracia”
El éxito de los principales grupos económicos privados depende de su capacidad de infuir en el Estado. Hasta 1983, esta infuencia se ejerce esencialmente mediante dos operadores: los partidos políticos y los medios. Los grupos económicos hacen multimillonarios aportes a las campañas electorales y son retribuidos con contratos públicos. Los medios apoyan a determinados partidos y son recompensados
“la educación, derecho constitucional muy apreciado, tiene una institución que pareciera preservarlo: la universidad” (
El Globo
, 26/5/1996, p. 5). En general, los mayores grados de confanza en las instituciones los presentan la clase media y los adultos; en los mayores grados de desconfanza coinciden la marginalidad y la clase alta, esta última la que menos cree en el sistema y la que más se benefcia de él. Esta encuesta es un mapa que permite explicar lo que sucede en el país durante la década inmediata. Al desplomarse la credibilidad en los partidos políticos, el desacreditado y cínico sector de clase alta debe intentar utilizar al ejército, a la alta jerarquía eclesiástica y a los medios de comunicación para preservar su hegemonía. La supervivencia económica de los medios a su vez depende del cumplimiento de dos tareas estrechamente vinculadas entre sí: de-mostrar a los grupos económicos su capacidad para infuir sobre el Estado, la cual depende de su posibilidad de demostrar al Estado su infuencia sobre sectores del electorado. Ambas funciones implican la mediación política, y la última supone la suplantación de los partidos o la creación de seudopartidos mediáticos. Alberto Aranguibel señala sagazmente algunos hechos que im-pidieron el cumplimiento de tales funciones. En primer lugar, la gerencia incompetente de las plantas televisoras descuidó adaptarse a la competencia de la televisión por suscripción y a las nuevas tec-nologías de internet. Una audiencia a la que juzgaban cautiva desertó de sus programaciones repetitivas y les restó valor como vehículo de publicidad, poniéndolas en delicada situación económica
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