
El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no
tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer
negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y
diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los
conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una
normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo
tanto "imparcial".
La posibilidad de entender y comprender correctamente . y con ello también el derecho a participar y
a juzgar . están dados aquí sólo por la colaboración y la coparticipación existenciales. Al caso extremo
del conflicto solamente pueden resolverlo entre si los propios participantes; esto es: cada uno de ellos
sólo por si mismo puede decidir si la forma de ser diferente del extraño representa, en el caso
concreto del conflicto existente, la negación de la forma existencial propia y debe, por ello, ser
rechazada o combatida a fin de preservar la propia, existencial, especie de vida. En la realidad
psicológica, al enemigo fácilmente se lo trata de malo y de feo porque cada diferenciación recurre, la
mayoría de las veces en forma natural, a la diferenciación política como la más fuerte e intensa de
diferenciaciones y agrupamientos a fin de fundamentar sobre ella todas las demás diferenciaciones
valorativas. Pero esto no cambia nada en la independencia de esas contraposiciones.
Consecuentemente, también es válida la inversa: lo que es moralmente malo, estéticamente feo o
económicamente perjudicial todavía no tiene por qué ser enemigo; lo que es moralmente bueno,
estéticamente bello o económicamente útil no tiene por qué volverse amigo en el sentido específico,
esto es: político, de la palabra. La esencial objetividad y autonomía de lo político puede verse ya en
esta posibilidad de separar una contraposición tan específica como la de amigo-enemigo de las demás
diferenciaciones y comprenderla como algo independiente.
"los pueblos se agrupan de acuerdo a la contraposición de amigos y enemigos, que esta contraposición aún hoy todavía existe y que está dada como posibilidad real
para todo pueblo políticamente existente, eso es algo que de modo racional no puede ser negado."
Un mundo en el cual la posibilidad de un combate estuviese totalmente eliminada y desterrada, una
globo terráqueo definitivamente pacificado sería un mundo sin la diferenciación de amigos y
enemigos y, por lo tanto, sería un mundo sin política. Podría existir en él toda una variedad de
interesantes contraposiciones, contrastes, competencias e intrigas de toda clase; pero razonablemente
no podría existir una contraposición en virtud de la cual se puede exigir del ser humano el sacrificio
de la propia vida y en virtud de la cual se puede autorizar a seres humanos a derramar sangre y a dar
muerte a otros seres humanos. Para una definición del concepto de lo político tampoco aquí se trata
de si se considera deseable arribar a un mundo así, sin política, como un estado ideal de cosas. El
fenómeno de lo político se hace comprensible solamente a través de su relación con la posibilidad
real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo, más allá de los juicios de valor religiosos, morales, estéticos o económicos que de lo político se hagan a consecuencia de ello.
Por eso es que el criterio de la diferenciación entre amigos y enemigos tampoco significa, de ninguna
manera, que un determinado pueblo deba ser eternamente el enemigo o el amigo de otro determinado
pueblo; o bien que una neutralidad no sea posible o que no pueda ser políticamente razonable. Es tan
sólo que el concepto de la neutralidad, como todo concepto político, también está subordinado al
prerrequisito último de una posibilidad real de establecer agrupamientos del tipo amigo-enemigo. Si
sobre la faz de la tierra existiese tan sólo la neutralidad, no sólo sería el fin de la guerra; sería también
el fin de la neutralidad misma . de la misma forma en que cualquier política, incluso una política de
evitar el combate, termina cuando desaparece en forma absoluta toda posibilida real de que se
produzcan combates. Lo concluyente es siempre tan sólo que exista la posibilidad del caso decisivo
del combate real, y de la decisión respecto de si este caso está, o no está dado.
La guerra, en tanto medio político más extremo, revela la posibilidad de esta diferenciación entre
amigos y enemigos, subyacente a toda concepción política, y es por eso que tiene sentido solamente
mientras esta diferenciación se halle realmente presente en la humanidad o, al menos, mientras sea
realmente posible. Por el contrario, una guerra librada por motivos "puramente" religiosos,
"puramente" morales, "puramente" jurídicos o "puramente" económicos, carecería de sentido. De las
contraposiciones específicas de estas esferas de la vida humana no se puede derivar el agrupamiento
amigo-enemigo y, por lo tanto, tampoco se puede derivar una guerra. Una guerra no tiene por qué ser
algo devoto, algo moralmente bueno, ni algo rentable. En la actualidad probablemente no es ninguna
de esas cosas. Esta simple conclusión se enmaraña la mayoría de las veces por el hecho de que las
contraposiciones religiosas, morales y de otro tipo se intensifican hasta alcanzar la categoría de
contraposiciones políticas y con ello pueden producir el decisivo agrupamiento combativo de amigos
y enemigos. Pero en cuanto se llega a este agrupamiento combativo, la contraposición decisiva ya no
es más puramente religiosa, moral o económica, sino política. La cuestión en ese caso es siempre tan
sólo la de si un agrupamiento del tipo amigo-enemigo está, o no, dada como posibilidad concreta, o
como realidad; más allá de cuales hayan sido los motivos humanos lo suficientemente fuertes como
para producir ese agrupamiento.
Toda contraposición religiosa, moral, económica, étnica o de cualquier otra índole se convierte en
una contraposición política cuando es lo suficientemente fuerte como para agrupar efectivamente a
los seres humanos en amigos y enemigos. Lo político no reside en el combate mismo que, a su vez,
posee sus leyes técnicas, psicológicas y militares propias. Reside, como ya fue dicho, en un
comportamiento determinado por esta posibilidad real, con clara conciencia de la situación propia así
determinada y en la tarea de distinguir correctamente al amigo del enemigo. Una comunidad religiosa que libra guerras, sea contra los miembros de otras comunidades religiosas, sea otro tipo de guerras,
es una unidad política, más allá de constituir una comunidad religiosa.
Mientras un pueblo exista
en la esfera de lo político, deberá determinar por si mismo la diferenciación de amigos y enemigos,
aunque sea tan sólo en el más extremo de los casos y aún así debiendo decidir, también, si este caso
extremo se ha dado . o no. En ello reside la esencia de su existencia política. Si ya no tiene la
capacidad o la voluntad para establecer esta diferenciación, cesará de existir políticamente. Si permite
que un extraño le imponga quién es su enemigo y contra quién le está . o no . permitido luchar, ya no
será un pueblo políticamente libre y quedará incluido en, o subordinado a, otro sistema político. Una
guerra no adquiere su sentido por ser librada en virtud de ideales o normas jurídicas sino por ser
librada contra un enemigo real. Todas las imprecisiones de la categoría amigo-enemigo se explican
por el hecho de que se las confunde con toda clase de abstracciones o normas.
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